Poesía
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Sigue la asfixia de los lodazales
secándole la voz al pobre.
Siguen las tumbas pobres al cerrarse
ruinas polvorientas y salobres
y siguen las raíces levantadas
como pidiendo un descanso
pero ya no las alza un azada,
pero no las castiga un arado.
Ya no se trasiega y aun quedan
niños cetrinos que miran
soles que sus años secan
al trasegar sus fatigas.
¿Quiénes son que han heredado
de la tierra solo el dueño
con mordiscos que siguen rezando,
de dientes que siguen negros?
¿Quiénes van desposeídos
deudores de ciudades voraces?
Ni siquiera son ya campesinos
ni siquiera hay paz ya en sus ángeles.
¿A quiénes escupe esta patria
ahora que ha olvidado y no guarda
de sus niños yunteros su rabia
y el pardo de sus edenes sin esperanza?
No saben ya ni ser pobres
si no son pobres labriegos
y arrugan pobres dolores
en aceras de concreto.
Hijos cetrinos de viñas,
campesinos de suburbio,
siguen jugando en sus esquinas
en hábitos que siguen sucios
pero no hijos ya de la tierra
huérfanos que quedan;
les hemos robado la arena
con la que hacer su pobreza.
Barro somos y si hay suerte
el barro al barro se vuelve.
Labriegos somos, polvo también.
Cenizas a las cenizas. Amén.
(Beijing, septiembre 2018)
